jueves, 2 de febrero de 2012

TROPIEZO Y TERQUEDAD (el inicio del oficio)




Estoy pensando en escribir un cuento que me sugirió la lectura de Alberto Leduc. Me imagino el cuchillo y la sensación de la arena que no sé si realmente esté pegada al filo del acero. Pero no me convence la idea de la playa. Me gusta el ocaso para el mío en lugar de la noche, para ver fundirse en la piel desnuda el acero de la tarde.
El personaje es femenino, pues cuando hablo de carne no puedo referirme más que a la de una mujer. Pero, mujer + playa= morena; costeña + playa + cuchillo= asesinato; y pasional –reglas del trópico. Desafortunadamente, esta sumatoria me lleva a la deshonrosa realidad: ése es el cuento de Leduc, no el mío.
Tengo que confesar que lo primero que llamó mi atención no fue ni el cuchillo, ni la mujer ni el hombre o los hombres –pues, si hay un crimen, por necesidad hay un otro u otros–, sino el manejo de la luz; la manera en que el escritor la va dosificando, usando para crear la atmósfera y por ende al personaje, tanto anímica como físicamente.
Alberto Leduc, no es uno de los primeros nombres que se me vienen a la mente cuando pienso en narradores mexicanos del XIX. Pienso en Altamirano, en Ángel de Campo, en Pedro Castera, Nájera –por supuesto–, Amado Nervo, Urbina o Payno. No es porque  Alberto esté impedido al lado de estos monstruos, sino por un simple olvido de mi parte. Pues un cuento que lleva un título en diminutivo, lo empequeñece;  inconscientemente me hace sentir que es prescindible –aunque no lo sea. Al menos me consuela que no haya mucha gente que tenga estos mismos prejuicios, pues ¿qué hubiera sido del Principito si demasiadas personas sufrieran de mi inconsciencia?
“Fragatita” –ya pensándolo con más calma–, es un título que connota muchas cosas, entre ellas, la ironía; pero al mismo tiempo la fragilidad y la manera de ver, estar y vivir en y el mundo. Que no tendrían consistencia si Leduc no hubiera sabido escatimar la luz en el  momento preciso.
Ésta sale a escena para alumbrar y ocultar; juzgar y procesar. No, una venganza, ni un crimen, sino un hecho de vida, una pulsión instintiva que el mar y la noche son los únicos que parecen entender y aliviar. Pues hay situaciones y acciones que sólo se pueden desarrollar en ciertos lugares y en cierto tiempo, donde la racionalización no es posible, al menos no de una forma articulada discursivamente. 
Toda esta perorata hizo que me diera cuenta lo difícil que es escribir un cuento basado en “Fragatita”. Ya no sólo la mujer y el cuchillo son necesarios –como pensé antes de comenzar a escribir este artículo–, sino que lo fundamental es el uso de la claridad y la obscuridad; ese juego que a veces pesa tanto, que desdibuja los contornos en su afán de revelarlos, que los deslumbra en lugar de alumbrarlos.
Ahora bien, quizá pueda prescindir del cuchillo, pero de la mujer no, porque las ganas de escribir el cuento me vinieron de la desviada idea de hacer mía a Fragatita, de darle un poco más de vida, de desnudarla y descubrir sus duros pezones abriendo mis labios –porque yo seré el personaje de mi cuento–, mientras mis dedos lamen la fruta madura de su sexo enterrado en ese cuerpo que es una burla en contra del tiempo; tan tierno y tan duro que ni estatua ni carne, sólo un breve jadeo.
Sin embargo, para serle fiel a ella y al escritor que la creó, necesito aceptar la carne y la sangre de su deseo y de su rabia, necesito hacerlos míos para poseerla. Porque si no, estaría inventando a una mujer diferente, no aquella que vi agitarse entre la húmeda tinta de Leduc. 

1 comentario:

  1. Del rescate literario a la crítica y la reseña, de la reseña al fantaseo y de éste al aterrizaje que es aceptar a los personajes literarios como la mancha de tinta que, viéndolos fríamente, son en realidad.

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