jueves, 12 de abril de 2012

A LA CAZA DEL DÍA


Me gusta pensar que hay cosas que sólo sentimos como una especie de sugerencia, que están latentes o en potencia, que pueden surgir como el rostro de una mujer y alegrar una tarde en que el cuerpo es sólo cuerpo y pesa demasiado.
Ese tipo de cosas que desconocemos son  necesarias para salir y mirar con el ánimo de quien espera algo, sin saber precisamente qué es, ni en dónde lo encontraremos; quizá en la pulquería, en un café, en el asiento de al lado en el cine, en el metro o al doblar una esquina.
Hay días que despierto con los ojos demasiado sedientos, con ganas de caminar y dejar entreabiertas las puertas de la carne. Entonces miro en los bolsillos las monedas que dictarán el rumbo de mis pasos y me encamino a la aventura.
Cuando salgo, puedo buscar algo tan vago como una calle con cierto tipo de luz y temperatura, un estilo arquitectónico definido o algunos colores en específico. Si llovió observo las construcciones reflejadas en los charcos y si ese panorama me gusta me adentro por allí. Otras, un aire a pan o a café me hace tener esperanzas en la mañana, y aunque me gustaría estar en un pueblo brumoso, el atole y la guajolota al lado de una iglesia a las siete u ocho de la mañana –la verdad, diez u once, soy muy flojo– hacen posible que yo me sienta en otro lugar y tiempo. En ciertos momentos, hay en el celaje una turbación de jacarandas y manzanas que me obligan a detenerme por unos minutos y saciarme –al menos por unos instantes– de ese zumo que me regala la tarde.
La mayoría de las veces, ciertamente, es el contoneo de unos glúteos los que me guían o la sensación de que por allí, quizá un instante antes de doblar la esquina, el cuerpo de una mujer refrescaba la calle con su cabellera húmeda y el olor a jabón de su cuerpo. Otras, busco un rostro que terminó de desvanecerse al sonar el despertador y trato de buscarlo despierto, de hallar su forma precisa en alguno de los que el día me va obsequiando.
Pero siempre es necesario tener un impulso para salir y éste no debe de ser del todo claro. Para mí caminar por la ciudad es buscar algo que no tengo o he perdido y no sé exactamente qué es. A veces puede ser sólo una sonrisa que me haga pensar en ciertas palabras que estaban allí y que sólo en virtud de ella puedo llegar a paladearlas con total claridad y, en contadas ocasiones, poder compartirlas con la persona que las trajo hasta mi boca, como se comparte una cerveza, un café o unas horas que sólo existen a causa del azar y de aquellas hormigas que van adentrándose bajo la piel y que sólo se calman al encontrar el motivo que las llevó a encarnarse en nosotros; y eso sólo se consigue en un encuentro inesperado, que es siempre –según Borges– una cita; ya sea con alguien más o con nosotros mismos.

2 comentarios:

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  2. Siempre urbano!! Es aquí donde veo al verdadero vago en todas sus dimensiones, buscando lo perdido, deambulando. Un buen par de glúteos nos hace creer que hemos encontrado, pero la ilusión del hallazgo dura lo que el recuerdo su curvatura. Nos esperan a la cita y hay que acelerar el paso.

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