sábado, 11 de agosto de 2012

UNA PASIÓN ES UNA PASIÓN


Una pasión empieza siendo algo inocuo como el gusto por el chocolate o por los tutús o por las piernas de las bailarinas de ballet. Pero no sabemos de ella hasta el momento en que es demasiado tarde, en que sentimos la voluptuosidad, la gula, el placer donde otros ni siquiera se lo imaginan o no con el mismo grado de intensidad. Un aficionado a la ópera no es el mismo que un apasionado, éste sabe de historia operística, de cantantes, de interpretaciones, de compositores, etc… Para resumir, emite un juicio sobre lo que escucha y lo que ve que va más allá de un me gusta o no me gusta.
Ciertamente, la masturbación o el sexo podrían considerarse erróneamente una pasión. Pero pasión quiere decir entendimiento, búsqueda, estudio; y el onanismo o el sexo, al ser algo necesario para el organismo, no precisan de un aprendizaje especializado.
Quizá tengamos talento o estemos dotados para ello, pero éste si se quiere llegar a perfeccionar se tiene que trabajar día a día. El conocimiento del cuerpo, incluidas sus partes erógenas es una materia bastante compleja y extensa, una prueba de ello es la yoga tántrica, que no se reduce –como se cree mayoritariamente en occidente– al sentido sensorial y sensual, vaya, al saber coger. El tantrismo, para no profundizar más, es una forma de llegar a la divinidad a través del conocimiento y dominio del cuerpo.
La adicción, tampoco se puede considerar una pasión, porque nos niega, nos reduce a la codependencia, no vamos a ella libremente, sino por la necesidad creada en el cuerpo. El goce se diluye por la avidez del organismo a la droga, apaga los sentidos, los confunde, la razón es anestesiada. Una cosa es usarla como experiencia mística o religiosa, como búsqueda interior y exterior y otra por la adicción que nos ha causado. Cuando se depende de ella, el yo se diluye, los caminos se apagan, los sentidos simulan estar en todo, aunque la realidad es que no están en nada. Una pasión es todo lo contrario, ésta es consciente, se disfruta o se trata de gozar por entero, siempre se quiere conocer más de ella y termina afectándonos y definiéndonos, su visión que nos crea se impone en todo nuestro entorno.
La comida o ciertas bebidas como el café; el cigarrillo, el afán coleccionista, ver series de televisión o ir al cine o buscar un rostro hermoso cada día e intentar no olvidarlo jamás, pueden convertirse en una pasión. Ésta, cuando es verdadera, viene acompañada de un afán totalizador de la experiencia. Se ejercitan y se ponen los cinco sentidos y nuestro entendimiento en aquello que nos arroba.
El apasionado atraviesa los límites sabiendo que los atraviesa; se pone cadenas con entera libertad; es consciente del peso de los grilletes, pero sabe que es el justo por paladear de ciertas experiencias sólo aprehensibles para los iniciados.
Ejemplos sobran, como descubrir en el café esas notas de sabor y olor que hace diferente cada taza y que su adquisición fue solamente posible a través del tiempo y el gusto por la bebida; al igual que escuchar ciertos instrumentos y la manera que copulan con otros en una pieza musical. Aquel que roba libros también es un apasionado, porque no sólo sabe el valor de la lectura, también la del libro como objeto de arte.
No importa el riesgo, una pasión, es una pasión, cuando se adquiere muy difícilmente podremos librarnos de ella. Como decía un personaje en la película El secreto de sus ojos: una persona puede cambiar de vida, de religión, de trabajo, pero nunca, nunca de pasión. Entre más se razona, ésta se integra a nuestro ser, consciente e inconscientemente.
El caso extremo es el sibaritismo, la sublimación de ese placer. Pero el riesgo es alto, pues, por lo regular, implica, en primera, una mayor cantidad de dinero; en segunda, una insatisfacción por todo aquello que no esté al nivel de nuestro refinamiento. Por ejemplo, uno de los grandes sibaritas de la historia fue Proust, éste contrataba un cuarteto para que le tocaran una y otra vez cierto movimiento de una sinfonía.
El placer, al depurarse, se vuelve más complejo. Ya no satisfacen las mismas cosas que al principio, pero se comienza a disfrutar con mayor amplitud y agudeza lo que nos apasiona, abriendo las puertas, incluso, a sensaciones más complejas e irrepetibles.
Claro, que si uno sigue este camino puede terminar confinado, por voluntad propia, en su habitación –depende mucho el placer que pula–, pues el mundo exterior podría llegar a perder significado, a no coincidir más con nuestros gustos e intereses.
La lectura y la escritura son un riesgo grande cuando se convierten en pasiones, pues una cabeza reducida o simplemente más pequeña de lo normal me recuerda a Monterroso –al igual que ciertos partidos políticos; un conejo, un sillón verde y una pareja huyendo de una casa a Cortázar; un jardín, una frente amplia, una persecución que no termina nunca a Borges; una biblioteca, el cerebro de Alfonso Reyes.
Sería farragoso citar a lo que me remite cada cosa, ya son tantas que a veces pienso que todo ha surgido de la literatura, que no hay cosa, por mínima que sea que no haya aparecido en alguna de las páginas que he leído y si no puedo recordarla, allí estará perdida en alguna página que no me ha tocado leer y quizá nunca lea.
Y si a esa pasión por la lectura se le suma la de la escritura, el riesgo es descomunal, pues no puedo dejar de pensar historias, soluciones, caminos, finales, personajes, imágenes, descripciones en cualquier lugar que me encuentre. Trato de saber qué piensa el de al lado, qué pasará por la cabeza de aquella otra que no alcanza a subir al metro y en su mirada –imagino– que a causa de esos segundos por los que llegó tarde se le ha cerrado para siempre el mundo.
La realidad ajena a nosotros, en este caso, puede perder significado o estar supeditada a la ficción. Para mí, la mayoría de las veces es más importante saber qué puede surgir de mi cabeza sobre una hoja de papel que salir a la calle.
Puedo engañarme o inventar mil y un pretextos, pero la verdad es que últimamente prefiero perderme en la infinidad de mundos, historias, descripciones, personajes, mitos y avatares que me ofrece la literatura que los azares –y me refiero sobre todo a las mujeres– que pueda encontrar a la vuelta de la esquina. 
    Pero, cuando he pasado varios días sin salir tengo que tener muy presente esa frase que Borges, quizá escribió para mí: todo encuentro casual es una cita; para darme ánimos de salir al menos por un par de horas.
 http://www.youtube.com/watch?v=aBRJpx-6xM4 Ésta es la escena de "El secreto de sus ojos"

2 comentarios:

  1. Me agrado Acu;a bien bien jajaja slds canijo

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  2. Ay sí, ay sí me chulean un ensayo y ya quiero experimentar en el género. Además, bien a lo Montaigne, terminas hablando de ti. Aunque fue la parte que más me divirtió, recordé una voz un poco pasada de cerveza que decía: "es que ustedes sí viven la Literatura"...

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