martes, 15 de junio de 2010

EL CIELO BOCABAJO


Hoy el umbral de mi casa me parece tan lejano. Recuerdo cuando era niño y me quedaba aguardando a que pasara alguna mujer para grabarme su rostro y soñarme allí mordido por sus sonrisas; o esperando a los amigos y al juego; o sentado observando las nubes y entre las figuras que iba creando pensar en todo aquello que desconocía y sigo desconociendo.

Pensaba que ciertos reflejos, que cierta gradación de luz y colores a una hora precisa iban formando una cartografía de sentimientos y deseos: la melancolía llegaba siempre al caer el atardecer, siempre en medio de algo, jamás al final ni al principio del día, siempre cuando el sol era más pálido y rojo y las nubes parecían brillar como la espera, como una promesa que minutos después desaparecería en naranjas, violetas y granos de viento como guijarros que se han ido acumulando sobre mí en el tiempo.

El cielo todavía me parece un mar intangible, como la muerte pero como ella tan real, tan definitivo, tan voluble y al mismo tiempo constante, siempre allí aunque con diferentes máscaras. Pues la muerte no siempre es dolorosa ni amarga, a muchos les concede descanso, inmortalidad, mito; ejemplos en el arte y en la historia sobran y no quiero hablar de ello, la muerte hoy no es mi tema.

Mi tema es este cielo que hoy se agita en forma de cantiga, de mujer que espera por su amado cercada por los zarpazos de las olas. Que me recuerda a mí en el umbral de mi puerta sin poder ir más allá, sin dar esos pasos justos, necesarios para emprender mi primera empresa, para mostrar esa heroicidad que en aquel tiempo de la infancia era hablarles a esas niñas que pasaban frente a mí y que sin darme cuenta, aquel cielo estaba allí como presagio, como vaticinio de lo que jamás hice en aquellos años.

Hoy veo ese cielo y sólo ha cambiado la forma de la espera; y me figuro, como antes, parado en el umbral de mi puerta, refrescado por las sombras que esconden mis rasgos y mi deseo, pero no mi mirada; fija en la calle, en la gente que pasa, en los recuerdos que no se alejan, en el futuro que siempre estuvo allí y que tantas veces me ha rebasado y seguirá haciéndolo.

Fijo allí, donde no estoy, en esos labios que no encuentro y no he probado y sin embargo los tengo dulces en mi boca; en estas palabras que tienen cierto agror a mar, a cielo volcado en mis ojos; a ella, a ella y a esta tinta que no escribe su nombre y sin embargo cada letra es un pretexto de hallarlo y dejarlo ir para volver a buscarlo y encontrarlo más mío, más hondo como estas nubes que tienen la forma de un latido, de una raíz que va creciendo hacia arriba, hacia donde yo me miro aguardando en aquella puerta, desesperado de la espera que ya rompe mi cuerpo, este cuerpo.

Adelanto un paso, dibujo la primera letra de tu nombre que no conoce de alfabetos y sí de mares y sí de misterios y ahogos; por ello la dibujo y la grito dentro de este silencio, que ya el cielo y el otro -el que me mira desde la distancia y el asombro buscándote-, alumbran; porque ha caído la tarde, se ha quebrado y la saudade requiere de ese brillo, de esa tristeza al final del vino, parecida a la de estas horas que caen sobre el umbral abandonado de alguna puerta, porque el mar ha menguado las flamas de sus tizones y alguien ha dado un paso.

2 comentarios:

  1. Hoy veo ese cielo y sólo ha cambiado la forma de la espera (...) u_u
    siempre tan melancólico tu

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