lunes, 21 de febrero de 2011

LOS QUIJOTES DEL ABISMO


Pocas cosas me sorprenden tanto como un libro bien escrito en la actualidad. Quizá se deba a que no soy lector de novedades debido a la poca disposición de ánimo y de mi bolsillo. Prefiero comprar un libro de alguno de esos autores que nunca me han traicionado o al menos lo hacen sólo para desequilibrarme, para jugar conmigo; como es el caso de Borges o Góngora que perviven más allá de poéticas e ideologías.

Pero a pesar de mi comportamiento habitual me encontré con un libro que se escribió hace pocos años y que demuestra un desenfado, un uso exquisito de los juegos palimpsésticos y demás tecnologías literarias que usan los escritores “actuales” para favorecer la imagen en su escritura y de ese modo multiplicar el espacio narrativo.

La novela que me ha estado entusiasmando en el último mes fue escrita en el 2005 por un narrador austriaco: Gerhard Fritz; cuyo texto es un juego lúdico entre su escritura y las ilustraciones que van conformando la historia. Lo interesante es que los dibujos no fueron concebidos a partir del mundo que imaginó Fritz, sino que, rememoran sus lecturas infantiles, las láminas que observaba en ellas; de hecho su escritura parte de este lenguaje pictórico, de esas escasas monedas que siguieron brillando en su mente.

El descaro llega a tal punto que podemos observar ilustraciones de Doré, de A. H. Watson o del genial Arthur Rackham, por mencionar algunos; dotando de una virulencia e ironía al texto del austriaco. El simple hecho de nombrar a estos ilustradores me llevaría a escribir sobre los ingentes homenajes disfrazados a la tradición artística -no sólo pictórica o literaria, sino también al propio cine y a la escultura- en su obra; al menos mencionaré el más obvio, pues al conjuntar imagen y texto asistimos a la renovación de la heráldica medieval.

El choque de estos dos mundos en la novela es brutal, y me refiero no sólo a los lenguajes en sí, sino a las connotaciones resultantes, que al mismo tiempo son de una sinceridad y ternura q
ue hace imposible, después de sumergirse en la novela, quedar impasible ante las vicisitudes de Freda, la protagonista; que tiene algo de Dulcinea y de don Quijote, pero también de la Bovary y de la panadera -Sofía- a quien Fritz todas las noches visita más para contemplarla que para comprar pan. Como vemos la intertextualidad es casi infinita.

Si existe un Quijote moderno éste debe ser la novela de Gerhard, que se burla de la manera más seria posible, no de la literatura infantil como se podría llegar a suponer -al contrario, es un homenaje a ésta-, sino de la literatura actual, de su ritmo, de sus temáticas y estéticas, y con ende de la propia sociedad.

Fritz pudo leer, de una manera prodigiosa, el bache en que se encuentra el arte en la actualidad. En el mismo título nos podemos dar cuenta del desparpajo con que el escritor se adentra en el vacío contemporáneo: "La puta que quería unos tacones de charol rojo".

Para mostrar la belleza del lenguaje y del contenido y terminar abrúptamente con mi reseña, citaré un párrafo al azar tomado de la propia novela. La imagen que acompaña el texto es de Rackhman para “La fosforera” de Andersen, es una lástima que no pueda copiarla:

"Abrí los ojos y en el suelo encontré mi sombra y mi vestido. Tiritan las horas. No tengo ganas de bañarme. Hay algunas boronas de pan en el suelo que las ratas no quisieron comer; parecen monedas, lo son. Me como las pocas que brillan en el suelo y sigo acuclillada buscando mis zapatos. El frío cubre mi piel. Una mancha de luz inunda la pared del cuarto. Al volver tendré que lavarla."

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