jueves, 24 de noviembre de 2011

El noble oficio del borracho (13)




Tal vez me hubiera gustado no traer en la mente esa especie de catálogo que empecé a urdir en aquel primer caballito de mezcal; pero entonces, también debí ignorar las palabras de mi amiga, pero ¿cómo hacerlo? o lo que es peor, ¿cómo decirle a alguien que no diga algo que sin saber qué será, nos incomodará, irá aglutinándose a lo largo del día y cuando no se pueda soportar más, empezaremos a expulsarlo en un monólogo absurdo, como la situación en la que me encuentro en este momento?
Cómo negar ahora este rostro que tanto me estaba gustando, las palabras que iba ajustando al paso, que construían el arco de mis cejas, mi altura agigantada, mi rostro construido de una humildad heroica y tosca; y esta piel menos peluda y menos negra de la que dibuja el espejo.
¿Con qué imagen describirme si ya no puedo tener otra?; además, ésta me place y no la voy a cambiar porque hay cosas que no deberían ajustarse a la realidad, no tienen porque aceptarla. He luchado tanto para dar forma a mis manos, para alargar, engordar las falanges, bruñirlas en el respeto de la violencia y la fuerza. Y yo no tengo que darle explicaciones a nadie, este cuerpo me gusta, es como un bosque en madrugada: rústico, sin amaneramientos, exhalado de la propia tierra, de esos paisajes nórdicos que tantas veces he soñado respirar y que sólo intuyo a través de la televisión.
También me gusta la forma en que hacía de la pared situada frente a mí una ventana con su tarde y su sonrisa pálida, riguroso luto a tanta luz. Donde la justeza de la vida y de la tarde estaban embridadas en el gusto que la bebida iba dejando en mi boca, desdibujando esa sed que pacientemente iba labrando con la desesperación de librarme de ella, de poder domarla sabiendo que el ahogo es necesario para conciliarme con la vida, con esta puta vida que me hace querer tener una ventana junto a la mesa donde quedan sólo las cenizas del mezcal y el caballito en su orfandad de cristal.
Resbalando los dos en una espesa sombra de luz que no sé de dónde viene, pues aún no enciendo el único foco de la habitación y la noche sigue rodeándome en este cuarto sin ventanas, que me hace sentir esa sonrisa sobrepuesta sobre mi rostro que últimamente ha exorcizado un poco mi suerte y mi soledad y que he terminado por aceptar como algo mío, como esta mano que tiembla sobre la mesa golpeando una melodía que quiero recordar desde hace tiempo y que quizá nunca haya escuchado. 

2 comentarios:

  1. Esta será la última entrada de "El noble oficio…" porque se ha convertido en un proyecto a largo plazo y ya no cumple con el formato de Vagalia ni con las preocupaciones que tenía al abrir este blog.

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